Trabajando de Cenicienta moderna en una isla al sur de Japón
Cenicienta. Así, tal cual te lo digo. Recogiendo platos. Fregando platos. Secando platos. Tendiendo sábanas. Doblando sábanas. Planchando sábanas. Creo que ya lo habéis pillado. Podría seguir (haciendo camas, pasando la aspiradora, pasando la mopa, limpiando baños, sirviendo comida, recogiendo pelos japoneses que parecen multiplicarse), pero voy a parar.
He pasado dos semanas trabajando como voluntaria en un hostal en Ojika, una isla en la prefectura de Nagasaki, al sur de Japón. Es una isla que ni siquiera sale en la Lonely Planet. Ni en los mapas ni en la sección de viajes alternativos a lugares que no conoce nadie.

Todas esas casas que se ven, son el hostal.
El trabajo era de ocho a doce del mediodía y después de seis a ocho aproximadamente. Por la mañana teníamos que limpiar las habitaciones y dejarlas preparadas para los nuevos huéspedes, tender y recoger toallas y sábanas, y fregar los platos del desayuno. Por la tarde había que servir la cena, fregar, y dejar las mesas preparadas para el desayuno del día siguiente. Entre medias teníamos tiempo libre para conocer algunas playas de la isla o ir en bici. Aparte de mí había otra voluntaria, Julie, una americana de 24 años que habla japonés, que me ha caído genial.
Este voluntariado ha sido muy diferente de los otros dos, ya que teníamos bastante que hacer. El pobre Taiyo, el dueño, estaba un poco desbordado por el trabajo, ya que apenas tiene personal que le ayude. Abrió el hostal hace un año solamente, y nos confesó que había llegado a pasar hasta cuatro meses seguidos sin un día libre. Su mujer, Akari, le ayuda un poco durante el día, pero tienen dos hijos pequeños y un bebé, así que está bastante ocupada también. La verdad es que teníamos que currar mucho, pero Taiyo era tan simpático, siempre diciendo holy moly cuando se estresaba –algo así como ¡Santo cielo!- que el trabajo se hacía llevadero.

Julie y Taiyo cenando croquetas japonesas y tempura.

Akari con Emma-chan.
Por otro lado, con este voluntariado he sentido por primera vez que formaba parte de una comunidad. Llegamos a conocer a bastante gente del pueblo gracias al bar-karaoke de la madre de Taiyo, y varios vecinos nos invitaron a Julie y a mí a cenar o comer con ellos en tres ocasiones diferentes. Otros nos llevaron a la playa a pescar con lanza -tela marinera- o a hacer body surf -fui incapaz de ir en línea recta más de 20 segundos.
También participamos en un festival sintoísta, el Matsuri, que se celebra en todo Japón en diferentes fechas. Fue interesantísimo. Varias veces a la semana nos juntamos con gente del pueblo a las ocho de la tarde en una especie de sala multiusos -osea, una sala con tatami, una cocina y vas que chutas. Allí practicábamos los dos bailes que íbamos a hacer en la calle el día quince de octubre. Los bailes me parecían a mí como una especie de zumba japonesa. En un baile utilizábamos unos palos con cascabeles en los extremos, y en el otro una especie de sonajeros de madera. Yo acababa rendida después de cada ensayo.
El día doce hubo una procesión por la calle principal. Los hombretones del pueblo tenían que bajar dos «santuarios portátiles» -así es como Taiyo lo explicaba- y guardarlos en una sala, donde debían permanecer dos días.
Detrás de estos santuarios iban varios grupos de niños bailando. Cuando llegó el día quince nos vestimos con un uniforme amarillo y rojo y nos pintaron la cara con la bandera de Francia (¿?).
Tomamos un chupito de sake y nos hicimos cientos de fotos con los demás, que iban vestidos con todo tipo de disfraces. Finalmente llegó el turno de hacer nuestra performance, y repetimos los dos bailes no sé cuántas veces hasta que llegamos al santuario en lo alto de la calle, y allí hicimos uno de los bailes delante de un grupo de señores y señoras muy mayores, algunos de ellos trajeados.

Los «zapatos» que teníamos que llevar.
No he mencionado la comida. Aquí he probado algunos de los mejores platos de estos tres meses. Sushi casero. Tempura de verduras. Sashimi. Rollitos fritos. Todo estaba de muerte. Yo intenté aportar algo a la gastronomía familiar, y una noche hice tortilla de patatas -ya es la tercera que hago en este país- y sangría.

Ésta es la cena que servíamos a los huéspedes, aunque nosotras a veces también comíamos sashimi -pescado crudo.
Toda esta experiencia ha sido como un regalo inesperado, porque yo no tenía pensado hacer este voluntariado. Más bien me vi «obligada» a hacerlo para ahorrar algo de dinero y dejar de gastar en alojamiento, pero me alegro muchísimo de haberlo hecho.
El último día me quedé muy sorprendida. Julie y yo nos sentíamos como si fuéramos los Beatles, diciendo adiós a trece o catorce personas que vinieron a despedirnos a la terminal de ferry. Un tío incluso se lanzó al agua, porque al parecer es una tradición nadar tras el ferry cuando alguien se va, aunque él solo se pegó un bañito.

Aquí están nuestros fans, despidiéndonos en la terminal.
Tengo la sensación de que cada vez que entro en las casas y las vidas de la gente en Japón, voy abriendo puertas a costumbres y lugares que no podía ni imaginar.
Cuando me parece como que ya he conocido suficiente, entonces llegan otra familia y otra ciudad y me trastocan mis esquemas mentales, porque sigue habiendo cientos de puertas por abrir aquí, y con cada una que abro el país va dejando marcas en mí.
isa
A pesar de lo que pienso solo por lo que has vivido en Japón merece la pena lo que estas haciendo.
En la otra punta del mundo
Hola madre! Me alegro mucho de oír eso, de verdad 🙂
David
Japón es un país escepcional y su gente, fascinante. Cuando viajo me siento un poco cómo tú, llevàndome una pequeña parte de ese lugar, persona o experiencia en mi interior. Disfruta al máximo!!!!! Besos desde Barcelona!!!!
En la otra punta del mundo
Hola David! Exactamente, al viajar te llevas algo intangible de ese lugar, y es como que tu mundo se hace más grande. Un beso para ti y Mireia!
María Jesús
Leyendote dan unas enormes ganas de imitarte y lanzarse a conocer el mundo. Yo me conformaré, dadas las circunstancias, con entrar en tu blog y disfrutar con la lectura. Sigue así. Besos grandes para ti.
Sildavia Viajes
Quede sin palabras!!! que bien la pasaste no? que voluntariado… solo bastaría conocer, y el principe llego??? pues la zapatillas que cargabas (por la foto) no esta tan dificil de encajar… un abrazo!!!
Isabel
Hola, jeje, ¡no había muchos príncipes en esa isla, la verdad! :p
Alicia
Hola Isabel!! Me gusta un montón tu blog.
Este año he hecho un paréntesis en mi vida laboral y quiero viajar sola, pero sin gastarme mucho dinero. Japón es uno de mis paises soñados, pero tengo duda en cuanto al visado en páginas de voluntariado como Workaway, Wwoof y Worldpackers. Se supone que se necesita un visado working holidays o de trabajo, pero solo podría obtener el de turista de 90 días y lo veo un poco arriesgado.
¿Qué me recomiendas?
Isabel
¡Hola Alicia! Pues si vas a Japón haciendo voluntariados te ahorrarás un montón, aunque luego el moverte por el país es muy caro y eso es más inevitable (aunque hay quien hace autostop). No, no necesitas un visado ni de working holidays ni de trabajo ni de voluntario. Si acaso, necesitarías un visado de voluntaria, pero que yo sepa nadie se lo hace cuando usa Workaway.. Claro, podrías estar 90 días seguidos. Una opción sería estar 90 días, luego salir del país y volver a entrar, si es que quieres continuar en Japón. Hay gente que lo hace. Podrían preguntarte en la aduana que por qué quieres volver, si ya has estado 3 meses, pero bueno, no creo que fuera tan extraño. Yo cuando estuve pasé 90 días con visado de turista e hice tres voluntariados.